9 mar 2011

ETHEL ROJO VENCE AL CANCER

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ETHEL ROJO TIENE CANCER, PERO LE GANA

Una historia de amor. Detrás del enorme sol que es Ethel Rojo hay una gran historia de amor. Y eso es lo que explica, en parte, toda la vibrante energía que emana esta bellísima mujer que no se quita años ni arrugas. Tiene 72 y el que la vea este verano en la piel de Engracia Galán -la mamá de los Pimpinela- en el musical que dirige mágicamente Valeria Ambrosio, en el Auditorium, de Mar del Plata, comprobará que se mueve con la misma comodidad e idéntica soltura que cuando desencajaba mandíbulas en el escenario del Maipo, allá por la década del 50 o cuando se divertía horrores trabajando en la tele con Alberto Olmedo.

Podrían haber tantas otras razones, como la comida sana, las largas caminatas, la alegría de trabajar rodeada de gente querida o celebrar los 54 años de carrera. Podrían ser ésas las razones que expliquen su sonrisa -y, quizás, en parte lo sean-, pero la charla no tarda en apuntar a una historia de amor, la tercera que le toca vivir, la más larga y -"ojalá", dice- la última.

"Creo que el gran secreto es que siempre considero que estoy en el mejor momento de mi vida. Y ¿cómo no lo voy a estar si me he casado el año pasado? Sin dudas, estoy en la flor de la edad", dice Ethel Rojo, y se ríe de su ocurrencia, pero sabe que no es un chiste. Después de 23 años en pareja con Gerardo González -hermano de la actriz Marta González y productor televisivo- decidieron casarse luego de sortear un momento difícil. El ante año pasado, mientras Ethel protagonizaba Por amor al Maipo -el espectáculo que formaba parte de la celebración de los 100 años del teatro de la calle Esmeralda-, la actriz estaba siendo sometida a un tratamiento de quimioterapia para hacer frente a un mieloma múltiple que la había puesto contra las cuerdas. Durante varios meses, ella bajó las escaleras del teatro sostenida por la mirada de él que nunca pudo ver la función desde una butaca.

"No podía caerme, el médico me dejó trabajar con la advertencia de que, por favor, no me fuera a caer, no podía quebrarme. Es que esta enfermedad es un tipo de cáncer que afecta los huesos y la médula", explica Ethel, quien sentía que "revivía" cada vez que subía el telón y volvía a desmoronarse cuando bajaba. Pero para que ese desmoronamiento fuera casi imperceptible estaba él, que se había tomado la tarea de hacerle la vida más fácil a su compañera.
Efervescencia

Ethel empieza a contar su historia de amor con cierto pudor, pero una vez que el tema se instala habla con la energía propia de una adolescente en plena efervescencia hormonal.

El la vio por primera vez el 2 de mayo de 1966, en España, donde Ethel dirigía su propia compañía de revista. El era jugador de básquet y giraba por Europa con su equipo. En su paso por Madrid, fue a ver el show casi sin saber quién lo protagonizaba. "Lo que daría por estar cinco minutos con esa mujer", dijo una vez en la butaca, dicho del que ella se enteró 20 años después. Sucede que, justamente, el 2 de mayo de 1986, ella lo conoció a él. Ethel dirigía un teatro de la calle Corrientes en el que esa noche actuaba Valeria Lynch. En pleno ajetreo de copas de champagne, de entradas para invitados, ella divisó en el medio del foyer a "un «buenmozón» alto y bien puesto" que la dejó boquiabierta. Bastó sólo un cruce de miradas para que él la buscara y le revelara que esperaba ese momento desde hacía muchos años. Ethel, que estaba saliendo de una dolorosa separación -la segunda-, recompuso su roto corazón y, a los diez días, ya estaban formalmente juntos. Y todavía lo están, más formalmente que nunca.

"La verdad, los dos tenemos la convicción de que vamos a vivir 100 años, creemos que tenemos mucho por delante, y eso nos hace tremendamente felices y nos da mucha fuerza", dice Ethel, en relación con ella misma, pero también con respecto al hombre que no se aleja nunca mucho de su lado, del que la precede al bajar cualquier escalera, del que le revuelve el café, del que le pasa la mano por la espalda porque no resiste no sentirla cerca.

La energía que se nutre de ese amor es la que todo aquel que se aventure al teatro (y muy bien está que lo haga) podrá percibir. Es que allí -en el musical Pimpinela, la familia - también hay una historia de amor, o varias. Está la de la joven Engracia por el novio que siguió desde España a América, el de ella ya madre por sus hijos (Lucía y Joaquín), que se reflejaba en la tozudez con la que insistía en que hicieran algo juntos. Y más acá de la ficción (aunque no es el término más correcto para este biomusical) ese sentimiento une a la propia Ethel con los hermanos Galán, a quienes conoce desde hace casi 25 años, tanto que se considera como parte de su entorno familiar, hecho que no la hizo dudar ni un segundo cuando -meses atrás- respondió una llamada de Lucía, con una única pregunta: "«¿Quieres ser mi madre?», me dijo". Allí nomás Ethel sacó la española que lleva dentro (vivió 20 años allá) y la suavizó un poco con su propio acento santiagueño, que aún le perdura a pesar de haber dejado su ciudad natal a los 16, cuando todo lo que iba a suceder después sólo formaba parte de un hermoso sueño.

Fuente: La nación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola realmente saber que hay personas que tienen cancer y que son bien atendidas da mucha satisfaccion, nosotros no podemos decir lo mismo, mi suegra tiene cancer de mama y un no esta siendo tratada hace 4 meses que empezo con los estudios y un espera que su obra social pami le diga que tiene que hacer. recorrio los hospitales oncologicos como el maria currie y el rufoo pero no la atienden si no le da el rechazo pami. sera que los que no cuentan con una buena obra social no tienen derechos.